En verdad son cuentos de cualquier lugar, vinculados entre sí por los recuerdos de la patria lejana, la famosa aldea de Chéjov. Y es esta, la patria, el latido esencial de su narrativa.Aparece en todos sus personajes, en todas partes: en boca de sus emigrantes, en sus jóvenes que se dan «un viaje»; en su risible hombre, tan desesperado, que está dispuesto a matar a la primera mujer vestida de blanco que encuentre en la calle; en el apasionado amor de juventud entre los naranjales; o simplemente, en la confección artesanal de una pelota de béisbol, entregada con orgullo al inmenso Juan Marichal.En todas partes se siente el profundo dolor de estar desarraigado o desamparado, y no hay otra forma más eficaz que atenuar este dolor que los recuerdos de la niñez. Dijo Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia.Estos cuentos de Frank Disla-Ortiz obligan a pensar y a sentir.